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San Juan Chamula

La magia de su iglesia es lo que atrae a la mayoría de los que se acercan a esta pequeña población, a sólo 10 km de San Cristóbal de las Casas. Inmersa en el estado más enigmático de México (Estado de Chiapas), no deja indiferente a nadie. 

Los cursos de fotografía se pueden quedar aparcados por unas horas, en San Juan de Chamula está totalmente prohibido fotografiar o grabar cualquier manifestación religiosa y cuidado con sacar la cámara dentro de la iglesia, puede no salir intacta.

Para visitar la iglesia, primero hay que pagar una pequeña cantidad. La sensación que tienes al entrar es una mezcla de desconcierto y miedo. No hay luz eléctrica, las velas es la única iluminación que tiene el templo y aparecen repartidas por todo el conjunto. En las paredes, a izquierda y derecha, están colocados los santos a los que veneran. Ni un solo banco, a cambio el suelo está lleno de paja o de agujas de pino donde la gente se sienta a rezar y a beber. Toman una bebida alcohólica que ellos producen (posh), para no desfallecer en sus letanías y bebidas carbonatadas para poder eructar más fácilmente, para entrar en contacto con los espíritus de los santos o expulsar los malos espíritus de su interior. Hay varias explicaciones a este ritual.

De fondo suena un murmullo continuo y apagado, correspondiente a las oraciones de los devotos fieles. Entre la paja del suelo se pueden ver restos de gallinas (las sacrifican para ayudar en las sanaciones), botellas, huevos...Parece que todo tiene cabida aquí, cuando en realidad, forman parte de los rituales en sus oraciones. El manto vegetal que cubre el suelo junto con las velas, el fuerte olor a incienso y la mirada inquisitiva de los que velan porque nadie haga una foto en el interior, te hace no estar muy cómodo allí dentro. Es como si profanaras algo.

Al salir al exterior, el cambio de luz radical te ciega momentaneamente. En ese instante piensas si ha sido un sueño lo que acabas de vivir, pero no es así, se trata de San Juan Chamula en estado puro.

Split (Spalato)


La segunda ciudad en importancia de Croacia, Split es, sencillamente, espectacular. Un punto de partida hacia las islas de la costa dálmata, si vas con tiempo para recorrer alguna; si no vas con tiempo, búscalo, la belleza de las islas premiarán el esfuerzo. 

Su centro histórico está atrapado entre los muros del Palacio Diocleciano, declarado Patrimonio de la Humanidad, una de las ruinas romanas más imponentes que he visitado.  El palacio fue construido para acoger al emperador Diocleciano, allá por el 295 d.C, cuando se retiró de la vida pública. Los materiales constructivos y el diseño fortificado, han favorecido que hoy en día podamos visitarlo, casi intacto.



Merece la pena perderse por las calles del recinto amurallado y sorprenderse con las tiendas y cafés que ocupan antiguas viviendas. Aunque la estructura original ha sufrido modificaciones desde la Edad Media, sigue conservando su encanto, el del mármol blanco envejecido por el tiempo. En las diferentes etapas de asentamiento de la ciudad, no se produjeron cambios estructurales importantes. En lugar de destruir las edificaciones del conjunto palatino, fueron adaptándolas a nuevos usos.



Se puede acceder por cualquiera de las cuatro entradas fortificadas que se conservan, cada una con nombre de metal. Si hay que elegir, yo entraría por la de Bronce, pegada al paseo marítimo. Esta entrada te lleva directamente a las tripas del palacio, que se conservan casi intactas, al permanecer durante siglos como escombreras de la ciudad.

Otra opción a tener en cuenta, es el acceso por la Puerta de Oro, en el extremo opuesto, donde se encuentra la famosa estatua de Gregorio de Nin, con el pulgar del pie desgastado, por la "tradición" de tocarlo para conseguir buena suerte.


Ver atardecer desde el paseo marítimo, uno de los más espectaculares que recuerdo, y adentrarse a cenar en alguna de las terrazas, no tiene precio,  o quizás si, porque los dueños de los restaurantes saben perfectamente que se encuentran en un lugar privilegiado. Aún así, todos acabamos cenando allí, al menos una noche.

De cualquier manera, Split bien merece una visita.



Llegó mi momento, Las Vegas

¿Quién no ha pensado en ir a Las Vegas alguna vez?, habrá algunos que no, pero yo era de las que quería conocer aquello. Tenemos la retina saturada de las imágenes, que nos llegan de esa ciudad a través del cine, de las series de televisión, de historias de amigos que han estado, de amigos de amigos que estuvieron... Y un día me tocó a mi.

Cuando estás mas que harto del avión y no sabes ya ni como ponerte, ni a dónde mirar porque solo se intuye noche y desierto a través de las ventanas. Aparece en mitad de la nada la luz.
- Veo una luz.
- Aléjate!!!. No vayas hacia la luz!!!



Y fui hacia la luz.


Las Vegas impresiona ya desde el avión, desde el aeropuerto, donde sorprenden las primeras máquinas tragaperras con las que tienes contacto. Donde ves a gente probando suerte nada más pisar tierra o a los que se empeñan en apurar su racha.

Pasear por el Strip no tiene precio. Entrar en los hoteles-casino, donde compiten para atraer a jugadores y clientes y consumidores cada uno con su temática bien elegida, para diferenciarse de la masa. En el aire se respira el juego y el viajero es feliz, menos los que han perdido en su última mano.

Las capillas de los hoteles ofrecen pack para una boda fugaz y el espíritu de Elvis sobrevuela en estos enlaces. Las Vegas no duerme, si te ataca el jet-lag o si vuelves de fiesta, puede ver a las 6 de la mañana a las mismas personas que dejaste enganchadas a una maquina tragaperras a las 12 de la noche. Si la máquina está caliente, no puedes dejarla sin que suelte tu premio.

La ciudad del ocio, sorprende ver que es un destino familiar. Los niños pasean, siempre acompañados de algún adulto, por las alfombras de la ludopatía y el despilfarro. Todo vale, pero como dicen allí: "lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas".